Al igual que todo el mundo del saber, la historia hoy navega también por aguas tormentosas. Pese al creciente interés de muchos jóvenes por estos estudios en Chile, la pródiga producción de nuevas obras y el creciente interés de los medios masivos por estos temas, hay de fondo una crisis en las bases de esta disciplina. La historia también atraviesa por su crisis paradigmática. (*).
La llamada ciencia moderna resquebrajó los que parecían sólidos cimientos de la interpretación tradicional, cartesiana, lineal y positivista del pasado del ser humano. Y esos cuestionamientos han alcanzado a la historia como disciplina. Sin embargo, en esta crisis hay una vitalidad que pese a la confusión actual abre nuevos horizontes con nuevas interpretaciones.
Un número creciente de personas está ávido de comprensión, de entender el sentido de sus vidas y de la sociedad que hemos construido. En parte, esas respuestas pueden ser respondidas por la historia. Pero la gran diferencia con el pasado es que hoy se abre paso la idea que no existe la objetividad histórica, sino que vivimos en mundos interpretativos; que el sujeto no está separado del objeto que intenta explicar; que la ilusión de describir fielmente una "realidad objetiva" y acceder a la Verdad no es más que eso, una ilusión; y que no obstante todo lo anterior, no todas las interpretaciones son iguales, sino que algunas pueden ser fundadas y validadas en un consenso social o disciplinario.
Lo Nuevo
En España, existe desde la década de los '90 una red denominada Historia a Debate con la que suscribo plenamente en sus afanes por abrir caminos a esta disciplina, a través de nuevas vías de exploración que no sólo se circunscriben a los reductos especializados de la academia.
Carlos Barros, un destacado catedrático de la Universidad de Santiago de Compostela, es quien coordina esta red. En la siguiente entrevista publicada por la revista cultural Miriades el Dr. Barros nos da pistas para entender el proceso que vive la historia como campo de estudio:
¿Por qué existe la necesidad de construir un pasado? La historia es una rama irrenunciable del saber, fruto de la modernidad, el racionalismo y la ilustración, de ahí los ataques del posmodernismo radical, sin demasiado éxito, al menos en Europa. La historia es una necesidad perenne de las sociedades y civilizaciones humanas para saber de dónde venimos y adónde vamos, o a dónde nos quieren llevar. Hoy más que ayer, sin pasado no hay futuro, vivimos un tiempo histórico muy acelerado.
¿Cuál es la misión del historiador?
Investigar el pasado desde el presente con rigor y profesionalidad, es lo que nos distingue de otros interesados y cultivadores de la historia. Con todo, en Historia a Debate (HaD) no reivindicamos un monopolio corporativo sobre la historia y su escritura, es muy bueno para el presente y el futuro de la historia como oficio que otros investigadores, profesionales y escritores, políticos, sociedad civil e instituciones, media y editoriales, se interesen por la escritura de la historia, y traten incluso de utilizar en el mejor y peor sentido- la historia según sus intereses (también los historiadores tenemos los nuestros, individual y colectivamente), influyendo sobre su escritura, divulgación y enseñanza. No concibo mejor futuro para la historia como disciplina que una historia socialmente útil, con lo que implica de aceptación de la pluralidad de enfoques e interpretaciones.
¿Está la historia en crisis? ¿Hay una crisis entre las actuales corrientes históricas?
Pienso que “crisis” en el sentido de decadencia ya no, desde mediados de los años 90 estamos, internacionalmente hablando, en la fase subsiguiente de la “crisis” como mutación o cambio de paradigmas. Hemos evolucionado de la “crisis” de las “grandes escuelas” historiográficas del siglo XX a la emergencia, más o menos organizada y consciente, de diversas alternativas a los problemas epistemológicos y sociales de la escritura de la historia en el siglo XXI.
Si la hay, ¿Tiene alguna responsabilidad la comunidad de historiadores?
Existe una responsabilidad de la comunidad de historiadores en la “crisis” de las nuevas historias de los años 70 pero es mayor la responsabilidad presente a fin de salir de la “crisis” de manera positiva, asumiendo la “crisis” del marxismo, Annales, estructuralismo y economicismo, sabiendo que “si cambia la historia, cambia la historiografía”, aprovechando, en suma, la oportunidad colectiva que entrañan estos periodos de “ciencia extraordinaria”, algo difícil siempre para que quien entienda la profesión de forma exclusivamente individual. La recuperación de la dimensión comunitaria de nuestro oficio está relacionada asimismo con nuestra capacidad para acompasar cuanto menos- la historia que se escribe con la historia que se vive, sujeta a un cambio inacabado desde la caída del muro de Berlín. La responsabilidad del historiador colectivo entraña no hacer tabla rasa con las vanguardias historiográficas del siglo pasado, con fugas “hacia atrás” como la “historia tal como fue” de Ranke y los próceres como grandes protagonistas de la historia, o “hacia delante” como la devolución posmoderna de la historia al seno de la literatura, lo todavía nos retrotrae más atrás.
¿Cuál es el paradigma actual que rige en la historia?
Habría que decirlo en plural, entendida la palabra “paradigma” a la manera kuhniana como “conjunto de valores y creencias que comparten una comunidad de especialistas”. Vivimos un tiempo de rivalidad de paradigmas, un paréntesis -en teoría- entre dos periodos de “ciencia normal”. En el preámbulo del Manifiesto historiográfico de HaD identificamos en el ámbito internacional (euroamericano, en realidad) cuatro tendencias historiográficas actuales, más o menos latentes: 1) los partidarios del retorno a la “vieja historia”, expresado en el auge de la biografía, el regreso de la “historia se hace con documentos”, etc.; 2) los partidarios de continuar, sin modificaciones sustanciales, con los temas y enfoques historiográficos de los años 60 y 70; 3) los partidarios de una “historia posmoderna” de tipo metodológico anarquista (Feyerabend), filosófico (opuesta a la idea de progreso) y/o epistemológico (la realidad es el discurso, constructivismo extremo); 4) los partidarios de un nuevo paradigma por la vía de una síntesis, critica y autocrítica, que responda a las necesidades historiográficas del siglo XXI en construcción. HaD es tal vez la parte internacionalmente mejor organizada de esta cuarta opción historiográfica, diferenciándose del resto de alternativas en la apuesta por mantener el debate, hacía dentro y hacia fuera, como un elemento permanente de nuevo consenso que propugnamos.
¿Conviene una historia de hechos o de procesos? ¿De profesionales o divulgadores?
Vale, es como cuando de niños nos preguntaban, ¿a quien quieres más a papá o a mamá?, y solíamos responder: a los dos. Una de las claves de nuevo paradigma que proponemos es, dejando atrás el cartesianismo, pensar con dos ideas a la vez, por lo menos, algo que aprendimos de la vieja dialéctica y después olvidamos por mor del determinismo, el economicismo, el objetivismo y el estructuralismo. Por tanto, hechos y procesos, economía y política, sociedad y mentalidad…, son, o deberían ser, inseparables en nuestra investigación. Al igual que el objeto y el sujeto en los procesos de conocimiento histórico y no histórico. Respecto a la segunda parte de la pregunta, mi opinión es que el profesional de la historia debe ser más divulgador, y el divulgador aficionado más profesional. HaD como “comunidad historiográfica de nuevo tipo” trata de incluir a historiadores no profesionales, otros académicos interesados por la historia, profesores de secundaria y estudiantes avanzados en sus debates, reflexiones y trabajos.
¿Qué es la "verdad" histórica?
La verdad histórica es el resultado de la interacción del historiador con su objeto. La creencia en que, gracias a un “método científico” accedemos a una verdad exacta, perfecta, definitiva y neutra, no es más que un mito positivista de connotaciones más religiosas que científicas, si nos atenemos al concepto actual de ciencia. Hay mucho de religioso en el sentido (moderno) de lo absoluto y lo utópico aplicado a una verdad incondicionalmente objetiva, que sólo el historiador académico puede trasmitir a la sociedad, eso sí de manera imperfecta porque sólo Dios conoce en último término la historia “tal como fue”. Una verdad histórica, laica y por lo tanto auténticamente científica, es siempre una verdad objetiva (pasado) condicionada por su sujeto cognoscente (presente) sobredeterminado a su vez por un contexto. Dicho lo cual es menester criticar con no menos energía a los que, radicalizando la subjetividad y el relativismo de la historia que escribimos, niegan cualquier objetividad en nuestras investigaciones históricas. Por hipercriticismo, ignorancia o falta de imaginación, hay quienes piensan, erróneamente, que la verdad histórica si no es objetivamente pura, irrefutable, es pura ficción, la simple proyección del presente sobre el pasado. Maniqueísmo destructivo que está siendo alentado desde los extremos del debate historiográfico, positivista y posmoderno en medios académicos angloamericanos: afortunadamente en el universo historigráfico latino y europeo las opciones son más realistas, ricas y complejas.
¿Cómo se construye o destruye al pasado? ¿Qué lugar tiene la interpretación? El historiador construye el pasado conforme lo descubre, y viceversa. Tarea de conocimiento, difusión y actualización de la historia, en la que también intervienen, directa o indirectamente, los sujetos sociales y políticos de cada presente. La “destrucción” del pasado puede responder a diversas causas: historiográficas, como la “desaparición” del sujeto femenino durante la prolongada hegemonía del paradigma patriarcal; históricas, como la implantación más o menos consciente, en la España democrática, del “olvido” oficial de la II República, las victimas del franquismo y la oposición antifranquista. Es función del historiador ayudar con su obra a la rehabilitación de los actores de la historia, tomando en consideración que las fuentes y las historiografías dominantes han favorecido las “grandes figuras” por razones sociales, ideológicas, políticas o religiosas. En cuanto a la interpretación decir que sin una reflexión multifacética por parte del historiador, las investigaciones históricas difícilmente llegan a alcanzar una calidad mínima, sin que eso quiera decir que no sean útiles. El defecto contrario, interpretación sin datos, se da raramente entre los historiadores de oficio.
¿Puede la historia considerarse una ciencia? Ya respondí a esta pregunta, que además me parece fundamental, no sobra volver a ello. La historia es una “ciencia con sujeto”, lo demás es “cientifismo”. Las ciencias de la naturaleza, empezando por la física, rebasaron a lo largo del siglo XX el paradigma newtoniano, mecanicista, objetivista, de la ciencia que denominamos positivista en el siglo XIX- pero no así la historia académica, necesitada de una actualización del concepto de ciencia, que en su doble definición objetiva / subjetiva nos reconcilia con lo que hacemos cuando investigamos. Para dicha puesta al día es menester un acercamiento epistemológico entre la historia y la historia de la ciencia, la fase pospositivista iniciada por Thomas S. Kuhn en 1962 lo hace posible.
¿La aplicación rigurosa del método científico puede subsanar el problema de la objetividad?
Depende de que se entienda por “método científico”. Normalmente entre los historiadores, y otros científicos sociales, se comprende por tal el método inductivo positivista o, en el mejor de los casos, el método hipotético-deductivo del neopositivismo, con lo que no resolvemos el “problema de la objetividad”, más bien lo agravamos, puesto que el positivismo, versión decimonónica de la “ciencia moderna” del siglo XVII, en su aplicación a las ciencias humanas y sociales, escindió el objeto del sujeto en la teoría y la práctica del conocimiento científico, cuestión de fondo que el neopositivismo no resuelve -tampoco lo pretende- concediendo mayor margen al investigador, pues repone el objeto en toda su majestad cuando ubica en la verificación empírica la fuente final de la verdad. Desde “La estructura de las revoluciones científicas” sabemos que la verdad científica se decide por consenso de la comunidad de especialistas. En resumen, el problema de la objetividad es que no existe al margen de la subjetividad, con lo estamos obligados a reformular esencialmente la antigua noción de “método científico”.
¿Cuál es el problema de las ideologías en la historia? ¿Cómo se evita sesgar?
No se evita, ni conviene hacerlo, la parcialidad forma parte de nuestras fuentes, investigaciones e interpretaciones históricas, a veces contradictorias de un historiador a otro, cuando el hecho analizado fue polémico en su tiempo, es motivo de discusión colectiva hoy, o ambas cosas. La objetividad histórica exige en estos casos la pluralidad de enfoques y interpretaciones, lo que permite al historiador en particular, o a un grupo de historiadores, asumir con mayor libertad y compromiso la investigación sin “temor” a ser tachados de parciales historiográficamente. Obviamente, cumpliendo siempre con el rigor intelectual y el apoyo documental que caracteriza a la historia académica como herencia (positiva) de la primera definición (positivista) de la historia como ciencia. La parcialidad más “temida” no es, con todo, tanto historiográfica como ideológica, ciertamente, por consiguiente, insistimos: sería caer en el autoengaño pensar que la ideología y los valores de los historiadores no influyen en su obra, que ha de ser valorada -de ahí la necesidad de la historiografía- junto con las creencias y prácticas de sus autores, factores de mentalidad y política a menudo coadyuvantes de los grandes descubrimientos historiográficos. Sin el nacionalismo ¿hubiera nacido el positivismo historiográfico? Sin el marxismo ¿hubieran entrado en la historia escrita las clases populares? Sin el feminismo y el ecologismo, ¿habríamos desarrollado la historia de las mujeres o la historia ecológica? Otras veces las ideologías destruyen o manipulan la historia y la historiografía, por supuesto, todas las ideologías son parte de la historia y de la historiografía, no vale científicamente esconder la cabeza bajo el ala, aunque también hay que dejar claro que debemos combatir simultáneamente el “todo vale” ideológico o historiográfico: la investigación histórica debe hacerse desde unos valores universales, el historiador precisa como otras profesiones de una ética académica y social de referencia, cuyo contenido evoluciona con la historia, naturalmente.
¿La historia es consensuada? Si es así, ¿cómo se evita mirar a la historia con un escepticismo feroz?
Ya lo dijimos, la escritura de la historia es un fenómeno colectivo con independencia del grado de conciencia que tenga sobre ello tal o cual historiador individual, incluso cuando la disciplina está tan fragmentada como ahora la comunidad historiográfica cumple una función validadota por acción u omisión. Las investigaciones empíricas o interpretaciones personales se transforman en consenso académico, y social, en la medida en que son reconocidas, y divulgadas, o bien silenciadas, ignoradas o criticadas, lo que suele pasar cuando se trata de verdaderas novedades. Este y no otro es el funcionamiento real de las comunidades académicas, vinculadas por mil cables invisibles con la sociedad, la mentalidad y la política de cada época y país. Para no caer en un “escepticismo feroz” sobre la historia, como dices, hay que abandonar en resumen cualquier confusión entre la inmaculada concepción y la escritura de la historia, usual campo de batalla entre diferentes maneras de entender la historia y el presente, entre las que debemos optar reivindicando la libertad de investigación al tiempo que la profesionalidad de nuestro trabajo. ¿Cómo se enseña la historia y quién está a cargo?
A cargo de la enseñanza de la historia están, en principio, los profesores de historia, si bien, como todos sabemos y sufrimos, el Estado interfiere con indicaciones y obligaciones sobre el contenido de la historia enseñada que pueden variar, para bien o para mal, según el partido que gobierne. En Uruguay incluso los políticos de oposición pretenden condicionar la enseñanza de la historia más reciente (véase el “caso Demasi” en el apartado de Academia Solidaria en www.h-debate.com). La “crisis” de la historia y otras ciencias sociales, incluyendo la pedagogía, sumada a la reactivación nacionalista de los viejos Estados-nación ante la globalización y las reivindicaciones identitarias internas, han facilitado retrocesos en la autonomía, la innovación y el compromiso de los profesores, hay que recuperar estos valores docentes e historiográficos animando nuevos paradigmas educativos e historiográficos en alianza con la universidad, con el objeto de hacer frente con éxito la vuelta al contenido tradicional de la historia enseñada en la escuela primaria y secundaria (biográfica, política, institucional, acontecimental), a una enseñanza memorística y autoritaria, etc., sin caer en el otro extremo: un constructivismo posmoderno que pretende anular la figura cardinal del profesor que enseña.
¿Qué ocurre a quienes crecen con la conciencia histórica distorsionada?
Bueno, la conciencia histórica está siempre “distorsionada”, sujeta a puntos de vista, ideologías e intereses, endógenos y exógenos, sea conciencia de grupo, etnia, clase o nación. Lo importante es enseñar y practicar un pensamiento crítico completo, es decir crítico y autocrítico, como parte de una investigación, enseñanza y difusión de la historia basada en valores de identidad, progreso y democracia, igualdad y justicia, paz y solidaridad. Defendiendo para ello de forma colectiva la libertad de cátedra y la autonomía de las instituciones educativas frente a quienquiera agredirlas.
Supongamos que un profesor explica la Revolución Industrial a alumnos de 14 años: muestra dos dibujos de época de un taller textil, y dan cuenta de dos historias radicalmente diferentes a partir de una misma cosa. A los chicos les queda la idea de que en la forma en uno cuente los hechos, se cuenta una historia u otro. Pero también da la idea de que se puede hacer cualquier historia según como se presente. ¿Qué opinión le merece?
Positiva, mi opinión es positiva. Enseñar a los alumnos diversos modos de indagar y aprender la historia es bueno, si lo que pretendemos es formar mentes libres que asuman su propio compromiso individual y colectivo. Otra cosa es proclamar de manera irresponsable que vale “cualquier historia”, si el relativismo extremo es malo científicamente, ¿qué se podría decir éticamente? No olvidemos que el posmodernismo, que ha tenido sus cosas buenas, ha sido pensado para sostener ideológicamente el establishment, porque si “todo vale” también valen la injusticia y otras desigualdades ¿Qué se puede hacer, entonces, para que el alumno aprenda dos ideas a la vez, pluralidad y compromiso, objetividad y subjetividad? Pues dar ejemplo como docentes mostrando que la dependencia de la historia respecto del sujeto no quiere decir que la historia sea mentira, más bien lo contrario,; enseñando a distinguir críticamente las diferentes interpretaciones o enfoques históricos desde una posición ético-científica, que el profesor puede y debe explicitar en la clase, sin que por ello tenga que estar de acuerdo el alumno con todo. El consenso y la diversidad existente entre los propios enseñantes benefician la formación plural del alumno como parte del mínimo común denominador en construcción.
¿Cómo se pudo haber pasado de una historia más centrada en las memorias de las clases dominantes a esta instancia en que hay historia de cualquier cosa?
Entre una cosa y la otra, también hubo -y hay- en Argentina una historia de las clases dominadas, ¿no? Sin embargo, es cierto que la “crisis” del marxismo, inseparable del desencanto político-ideológico de la generación “setentista”, impulsó la desmembración de la ciencia histórica y tuvo otros efectos nocivos. Pero ahora estamos en un momento histórico más propicio para retomar y reconstruir la idea de progreso, sin la cual la historia y otras ciencias sociales pierden su sentido, se abre paso pues un repunte historiográfico que ha de renovar la “vieja nueva historia” haciendo frente a los nuevos retos de la globalización. A diferencia de los años 70, la nueva historiografía adopta un talante menos sectario, más democrático y tolerante, y no por ello menos comprometido. Por ejemplo, no vale ya satanizar -o divinizar- tal o cual tema de investigación, “todo es historia”, la validación hay que desplazarla del tema al enfoque, los resultados y la finalidad científica y social de cada historia.
Humberto Eco opinó que Internet tiene un efecto negativo para la historia, porque publicar tantas cosas sin importancia hace perder de visto las cosa simportantes en que el futuro debería centrarse. ¿Qué opinión le merece esto?
Me producen tristeza las recientes declaraciones alemanas de Umberto Eco a la revista Cicero (algo parecido dijo ya, hace dos años, en Die Welt) contra Internet y a favor de una historia elitista y machista (dijo lo siguiente: “saber cuando murió Julio César es importante, mientras que la fecha de la muerte de su mujer no”). Estas opiniones reafirman nuestra convicción sobre la urgencia de un recambio generacional para que las redes digitales y otros nuevos paradigmas se impongan plenamente en la academia, y en otras esferas. Nos preguntamos si Eco ha buscado algo recientemente en Internet, porque el uso de elementos de inteligencia artificial hace que Google, y otros buscadores, te ofrecen en los 10 primeros resultados lo esencial de cualquier tema, si se sabe poner bien las palabras a buscar, claro está. El hecho de que Eco se siente “amenazado” por la revolución del conocimiento que supone Internet, históricamente superior en extensión, democracia y profundidad a la protagonizada por la imprenta y la alfabetización de masas, viene a señalar tanto la dificultad de las “grandes figuras” del pasado siglo a revalidar su papel en los nuevos formatos globales, como la relación diferente que está habiendo ya entre “líderes” y “masas”, por usar los viejos términos. Los “líderes” gracias a la sociedad de la información ya no son intocables, y lo serán todavía menos. Las “masas” son ahora más formadas y menos aborregadas, si es que algún día lo fueron tanto como dijo y quiso la élite. Esto que decimos lo puede comprobar el propio Eco si se molesta en verificar las miles y miles de respuestas casi unánimemente negativas que han provocado en Internet sus declaraciones alemanas. Si la difusión de esos disparates hubiera sido exclusivamente en papel, su merecido prestigio continuaría intacto.
¿Podrá darse la unificación del discurso histórico en temas como, por ejemplo, la Segunda Guerra Mundial?
No, y tampoco sería deseable. Así y todo, diferenciaría entre las historias oficiales con sus mitos contrapuestos sobre la II Guerra Mundial, vigentes actualmente en Estados Unidos, Japón, Rusia …, de las historias académicas siempre susceptibles de un tratamiento más serio, documentado, incluso revisionista, salvo que se trate de obras de encargo, por parte de una editorial o una institución, dirigidas a un mercado ideológicamente pre-determinado, entonces la parcialidad se impone claramente, ganando no siempre, todo hay que decirlo- en nivel historiográfico si comparamos con los habituales divulgadores aficionados.
¿Cuál sería el problema de esta disciplina que más urge solucionar?
Sin duda, la fragmentación rampante en temas, métodos y especialidades, en tiempos de globalización.
(*) Publicado originalmente el año 2007 en mi antiguo blog Conexiones de La Coctelera.
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